Cuando se va a probar
el famoso caldo de res en el restaurante de doña Juanita, es habitual desviar la
mirada al rostro del “Amo de los Ocho Ángulos”, Octagón; a su vez, para
alcanzar la sal, la vista se topa frecuentemente con la capucha del “Duendecillo
Azul”, Lizmark.
Desde un equipo entero
de Abismo Negro, pasando por los tirantes del referí homónimo surgido en Triple
A, hasta un calzón color plata de Cibernético, estos artilugios y más son objetos
de colección para la propietaria de la Taquería “La Lucha” y su familia. También,
sin apostar nunca la incógnita, sus vitrinas lucen repletas de valiosos trofeos
de tela e historia.
Por su devoción a la
fe católica, el comedor de Juana Castillo sirve de santuario para diferentes ídolos.
Su local tiene por protector a una figura pequeña de San Judas Tadeo, quien vigila
la buena digestión de los comensales, mientras que, como rudo que es, El Perro
Aguayo espera su momento desde el poster de la revista especializada “Colossos”
para saltar a traición sobre el beato aquel y rematarlo con su temible lanza.
Incluso algunos
luchadores también están a la carta, pues los nombres de los platillos fueron inspirados
en ellos. Los muros plagados de imágenes atraen el interés de los curiosos
porque en las fotografías fueron retratadas “La Jefa”, apodada así por sus
amigos del ring, y leyendas del pancracio nacional.
Durante 20 años, el establecimiento
que ofrece refugio a los gladiadores y su buen sazón a Saltillo con una carta
basada en burritos, chiles rellenos, hamburguesas y otros platillos, se ubica en
la calle Pedro Ampudia de la colonia Guayulera para servir a los fans del catch
y del buen sabor.
COCINA MEXICANA, DEL CHILE A OCTAGÓN
Fiel aficionada a la
lucha libre mexicana, Castillo López proporcionó a su negocio de comida corrida
un giro en el estilo de su presentación, lo hizo templo de su deporte preferido
y ahí atesora objetos de culto en su mayoría autografiados como máscaras,
equipos, monos de plástico, ilustraciones y otras curiosidades a disposición
del cliente.
“A mí siempre me gustó
todo de la lucha siempre. Desde que estaba soltera, cuando yo trabajaba en
Monterrey en un taller de costura, llegaba del trabajo y mi mamá ya me tenía la
ropa preparada para irme a la arena junto a una amiga porque mi mamá era muy
celosa”, relató. “El carro nos cobraba cinco pesos para dejarme en la Coliseo”.
Cada registro del
luchador sugiere una recompensa. La mayoría siempre vuelve. La firma y visita
del Perro Aguayo es su mayor galardón, pues el “Can de Nochistlán” celebró su
despedida de Saltillo en la gira del retiro. Ángel Azteca padre celebró aquí su
cumpleaños. Octagón fue el más gritón de todos, pues en las madrugadas le pedía
quedarse tras sus presentaciones en Torreón o Monterrey. La rúbrica del Hijo
del Santo es otro registro muy valorado.
“Cuando Heavey Metal
andaba con la caravana se metía a servir la comida porque le gustaba ayudar aunque
ya era luchador”, añadió entre los recuerdos
de Pirata Morgan, Negro Navarro, Aluche y otros.
Si busca hacer hambre,
el cliente puede demorarse varios minutos en probar bocado al indagar sobre los
luchadores, a través de cientos de gráficas tomadas por un estilista a quien
rentaba parte de su cocina. El aficionado podría pasar una eternidad
relacionando fechas, parentescos y dobles o hasta triples identidades.
“Cuando andan por acá
de gira, aquí siempre están. Y si vienen en la madrugada, llegan con el camión
lleno hasta con sus periodistas”, señaló doña Juanita.
Mientras ella se
acostaba en una alfombra dentro del cuarto del Niño Dios, reservado para él en
un altar o nacimiento que podría competir con cualquiera hecho en Navidad, dejaba
dormir a los luchadores en otras habitaciones como la suya y la de su hija.
¿Cuál era el motivo de
tanta confianza? “Me gustaba que vinieran, convivieran y mis hijos los
conocieran, que supieran quiénes eran no sólo por mí. Las fotos son todas
tomadas aquí”, dijo.
Perro Aguayo se despide del ring en la Taquería "La Lucha". |
Respecto a los
luchadores locales, prefiere reservarse el espacio en los muros para gente de
otra envergadura. “A ti te conozco, aquí te veo”, comentó cuando ellos le
pidieron el mismo trato y le ofrecieron sus fotos a cambio. Obviamente, los
saltillenses sí pagan el servicio.
“Cuantas veces vengan
aunque ya no anden luchando, los voy a recibir aquí”, advirtió a su progenie. “Aunque
no les guste, hijitos, si no quieren estar aquí, pélense porque aquí es mi casa
y recibo a quien quiera”, manifestó ante algún repudio.
EL PANCRACIO
Su pasión por el
deporte del costalazo lo heredó a sus hijos tras hacerlos convivir con los gladiadores
más famosos de México, aunque ella tampoco se privó cuando joven.
“Al Santo tuve el
gusto de conocerlo sin máscara y que me saludara. Ellos salían a comer en un
negocio afuera de la Arena (Coliseo), era muy chiquito pero bonito. Ahí iban
ellos a cenar y los seguíamos nosotros para verlos y tomarnos fotos”, afirmó.
Pequeñas cabezas
enmascaradas, colocadas una sobre otra en vitrinas de plástico, adornan las
ventanas; “La Jefa” también mandó enmarcar o encerrar máscaras apreciadas como
la del Felino, Huracán Ramírez Jr., Ángel Azteca, Psicosis, Súper Muñeco, El
Tortuguillo, entre otras.
Cuando se casó con un
ferrocarrilero tuvo que mudarse a Saltillo, luego se separó por la falta de
dinero y adicción de su exmarido al alcohol. “A él no le gustaba la lucha, decía
que sólo lo iban a ver viejas locas. Pues yo estaré loca pero voy a verlos. ‘¿Pero
qué vas a hacer?’ Pues ni modo que me los vaya a comer, no me los voy a traer”,
recordó.
Sin embargo, su matrimonio
se disolvió y se aventuró a poner con mucho éxito un comedor para
ferrocarrileros sobre la calle Aguascalientes, en la colonia República.
PERO LA PIENSA
Ahora su hijo Luis
Roberto Soria ocupa su sitio para atender el restaurante, pero aún le es
difícil acudir con mayor frecuencia a las arenas, pues es la etapa de disfrutar
a sus hijos y nietos. Sin embargo, los bellos recuerdos siguen vigentes en la
memoria.
“Me gustaba mucho cómo
se madreaban. Cuando venía El Santo con la Tonina (Jackson), pues anduvieron de
pareja muchos años, yo no me la perdía. Iba y estaba ahí abajo. Una vez
aventaron a la Tonina, me cayó a los pies. Me pidió disculpas, pero yo le dije:
Qué disculpe ni qué nada, te vuelves a caer aquí conmigo”, precisó.
“Cuando iba a las
luchas era en primera fila, me costaba pero quería estar cerca de los
luchadores para saludarlos”, agregó. “Me gusta ver de todo en el ring, cosas
sangrientas, los vuelos. Y si se están madreando también”.
Respecto al trato de
sus constantes invitados de máscara y físico imponente, doña Juanita pronto
resalta sus modales. “Son muy educados y respetuosos. Según ellos me quieren
mucho, yo creo que sí porque aunque no tengan que venir por acá me llegan a
saludar”, dijo.
Además, ella es feliz por
el relajo que se arma en su patio con los niños de la colonia cuando saben que hay
luchadores en el establecimiento. “Viene mucha gente para conocerlos, vienen
muchos niños, les dejo dar vueltas. Los luchadores nunca se niegan. Los paso a
comer, les pongo mesas y, si hay niños que quieran autógrafos, me dicen que los
pase. Apenas regreso y el
comedor está lleno de huercos”, concluyó.
NUMERALIA
20 años cumplió el
pasado 4 de junio la Taquería “La Lucha”, ubicada en la calle Pedro Ampudia en
la colonia Guayulera.
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