agosto 04, 2008

Helen Keller, niña prodigio (aunque no quiera)



"La puerta es la que elige y no el hombre", Jorge Luis Borges.

A pesar de que tengo poco tiempo de haber comenzado a leer sobre la vida de personajes destacados que ellos mismos resguardan en cartas o diarios íntimos, este tipo de narraciones autobiográficas me ha empezado a gustar mucho; ya saben, está entre chisme de lavadero, anécdotas chuscas y a veces verdaderos relatos de heroísmo. Por el orden de los anaqueles en la Infoteca y el delirio de algunos por ir viendo títulos y más títulos como si de un menú se tratara, comencé por la comedia, con Chaplin, luego Marx, después Cantinflas y al final Joaquín Pardavé; uno me llevó al otro y así, respectivamente. Sin embargo, cuando salí de vacaciones cayó en mis manos el libro titulado, Helen Keller. La historia de mi vida, de John Albert Macy (compilador).


Helen Keller nació el 27 de junio de 1880 en Tuscumbia, Alabama, Estados Unidos. Justamente cuando los niños empiezan por imitar los sonidos y gesticulaciones que observan a su alrededor, Helen sufrió una fiebre en febrero de 1882, a los 13 meses de edad, que le causó la pérdida de la vista y el oído. Sin poderse comunicar, Helen gimoteaba para que le hicieran caso sus familiares y le prestaran atención; era una niña fuerte, pero sobreprotegida, a la cual se le cumplían todos sus antojos; sólo accedía a las caricias y protección de su madre; era una tirana y digamos que ejercía su propia dictadura, porque también se mofaba de la servidumbre negra. Sin embargo, hubo dos momentos en su vida que le abrieron las puertas hacia nuevas oportunidades o, mejor dicho, las puertas de la fortuna se abrieron para ella.

Una de esas puertas conducía hacia la srta. Anne Sullivan, que había sido recomendada al Capitán Keller por parte del Dr. Anagnos, Director del Instituto para Sordos y Ciegos en Boston (o algo así). Esta institutriz o maestra, como le llamaba Helen, llegó a quedarse en su hogar y condujo a la niña para descubrir el lenguaje, conocerlo y disfrutarlo en la literatura y la comunicación con otras personas; después la acompañó en su aprendizaje hasta la universidad de Radcliffe, en Harvard. La segunda puerta se abre para que ella entienda que “todo tiene un nombre” y que ese sistema de nombres y sus reglas facilita la comprensión entre los hombres. Incluso esa puerta fue abierta por una palabra. En esos trece meses de existencia con luz, Helen siempre recordó la palabra agua porque fue lo primero que llegó a pronunciar y, cuando comprendió con la ayuda de la srta. Sullivan que cada idea o concepto (pues sólo así veía Helen las cosas que la rodeaban) era representada por una palabra, supo que sus pensamientos y sensaciones ya no serían adivinados por la gente, sino que podría expresarlos, posiblemente, en su naturaleza más pura. Como diría Gustave Flaubert, "La presición de la idea determina (y es ella misma) la presición de la palabra". Aunque yo pienso que a veces enlistar ciertas palabras te ayudan a especificar, a pulir una idea. En fin, pero nadie sabía que esa facilidad de relacionar las ideas con sus palabras rápidamente haría trascender a esa niña en muchos ámbitos.

Helen vivió rodeada de cariño. Su familia, su maestra Anne Sullivan, los compañeros de ella en el Instituto de Boston, muchos doctores especialistas en el trato a niños sordos y ciegos, los editores de periódicos y hasta personajes célebres, como el Presidente Roosvelt o Mark Twain, admiraron la tenacidad de la niña en el estudio y la escritura, el amor por los niños con sus mismos padecimientos pero en condiciones de extrema pobreza, la excelente memoria de la infante, entre muchas otras virtudes que realzaron la figura de Helen, de tal forma, que se volvió muy popular en su época. Según el autor del libro, Albert Macy, “Mark Twain [derecha] afirmó que las dos personas más interesantes del siglo XIX son Napoleón y Helen Keller”[1].
Su juventud la vivió viajando por algunas partes de Estados Unidos, leyendo a diferentes autores, como Louis Stevenson o Shakespeare, y distintas obras, como la Biblia, en su sentido menos religioso; recaudó fondos para el Instituto del Dr. Anagnos, siempre educándose con la compañía de la srta. Sullivan y conociendo personas importantes que ayudaran a sus niños en Boston. Es impresionante el desarrollo de su educación. A nivel de preparatoria, cursó las materias normales: aritmética, álgebra, ciencias, geografía, historia, además de las necesarias para un niño sordo y ciego: el lenguaje dactilológico, el Braille y la escritura en letra de molde; a nivel superior, es decir, en la universidad, como su afición era el aprendizaje del método o medio que le permitiera comunicarse con cualquier otra persona, consiguió hacerlo en el idioma inglés, alemán (su favorito), francés, latín, griego, en lenguaje telegráfico e incluso a través de una máquina de escribir.
Una de sus facultades más sorprendentes fue su capacidad de retención; poseía una memoria privilegiada, por lo cual tuvo serios problemas en cuestiones de originalidad consigo misma, a la hora de ponerse a escribir sus propias cartas a parientes o amigos. De hecho, cuando publicó su cuento, "El rey de la escarcha" en 1892, se halló un cuento similar, "Las hadas de la escarcha", escrito por Margaret T., en 1873. En un principio se acusó a Helen de plagio, pero al final el asunto se resolvió favorablemente, aunque este episodio causó mucha angustia en la pequeña autora. Se pudo alegar, en defensa de Helen, que a ésta se le leyó dicho cuento en la casa de una amiga de sus padres en 1888. La similitud en pensamiento y lenguaje es increíble; por tanto, su memoria mereció muchos halagos mientras que la niña, a su vez, sufrió bastante que la acusaran de plagio. Y cito:
"En verdad, desde entonces me ha torturado el temor de que lo que escribo no sea en verdad mío. Por mucho tiempo no podía escribir una carta, ni siquiera a mi madre, sin que me invadiera un súbito terror. Deletreaba cada palabra una y otra vez para asegurarme de no haberlas leído en algún libro". [2]
Además, aparte de todo esto, aunque no se pueda creer, "vio" a través del lenguaje dactilológico varias obras de teatro y, leyendo los labios de su maestra con los dedos e imitando su pronunciación, logró hablar de forma oral y como lo marca el manual de gramática; eso sí, seguía una sola línea en la tonalidad de su voz, por lo cual resultaba monótono tener una larga conversación con ella; pero, aún así, Helen Keller dio discursos sobre su vida ante un público diverso y, sobretodo, publicó en libros y revistas sus experiencias durante su educación como persona… ¿discapacitada? Hasta risa me da!!!

PERO la interrogante que está sin contestar aún, es si lo que logró Helen se debe a su ingenio natural o a la capacidad de su maestra, Anne Sullivan. Entre los informes de la maestra y las cartas de la alumna se descubre un esfuerzo mutuo por progresar y la sorpresa de ambas por los avances tan veloces en la educación de la niña. En general, persiste una búsqueda por hallar la fórmula correcta para lograr, en los niños sordomudos y ciegos, una formación de calidad o idéntica a la que se da a los niños en condiciones normales. Se estudian los métodos de la maestra y los comentarios de Helen sobre sus lecciones y se sacan conclusiones. En la unión de este material (diario, cartas e informes), está el sustento que vuelve interesante a la autobiografía, una serie de anécdotas chuscas, curiosas, poéticas, cursis, es verdad, e increíbles.

Claro, después de que lean la vida de Helen Keller, debo advertirles que necesitarán una sesión de terapia para que eleven su autoestima o la lectura en voz alta de un libro sobre superación personal que diga: Soy valiente, grande y fuerte. Valgo mucho, yo puedo!!! Jajaja Ahora sólo espero conseguirme la autobiografía de Napoleón o de perdido una novela sobre él. A quien sepa algo sobre esto, infórmeme por favor.



[1] Macy, John Albert, Helen Keller. La historia de mi vida, p. 250

[2] Íbid, p. 71

Ficha bibliográfica

Macy, John Albert, Helen Keller. La historia de mi vida. Libros para todos, México, 2007 (16ª edición), Colección "Historias, biografías y testimonios", 416 pp.