septiembre 29, 2012

EL SABOR DE LA LUCHA: UNA HISTORIA DE 'LA JEFA'


Texto y fotos: Miguel García-Cortesía

Cuando se va a probar el famoso caldo de res en el restaurante de doña Juanita, es habitual desviar la mirada al rostro del “Amo de los Ocho Ángulos”, Octagón; a su vez, para alcanzar la sal, la vista se topa frecuentemente con la capucha del “Duendecillo Azul”,  Lizmark.

Desde un equipo entero de Abismo Negro, pasando por los tirantes del referí homónimo surgido en Triple A, hasta un calzón color plata de Cibernético, estos artilugios y más son objetos de colección para la propietaria de la Taquería “La Lucha” y su familia. También, sin apostar nunca la incógnita, sus vitrinas lucen repletas de valiosos trofeos de tela e historia.

Por su devoción a la fe católica, el comedor de Juana Castillo sirve de santuario para diferentes ídolos. Su local tiene por protector a una figura pequeña de San Judas Tadeo, quien vigila la buena digestión de los comensales, mientras que, como rudo que es, El Perro Aguayo espera su momento desde el poster de la revista especializada “Colossos” para saltar a traición sobre el beato aquel y rematarlo con su temible lanza.

Incluso algunos luchadores también están a la carta, pues los nombres de los platillos fueron inspirados en ellos. Los muros plagados de imágenes atraen el interés de los curiosos porque en las fotografías fueron retratadas “La Jefa”, apodada así por sus amigos del ring, y leyendas del pancracio nacional.

Durante 20 años, el establecimiento que ofrece refugio a los gladiadores y su buen sazón a Saltillo con una carta basada en burritos, chiles rellenos, hamburguesas y otros platillos, se ubica en la calle Pedro Ampudia de la colonia Guayulera para servir a los fans del catch y del buen sabor.






COCINA MEXICANA, DEL CHILE A OCTAGÓN
Fiel aficionada a la lucha libre mexicana, Castillo López proporcionó a su negocio de comida corrida un giro en el estilo de su presentación, lo hizo templo de su deporte preferido y ahí atesora objetos de culto en su mayoría autografiados como máscaras, equipos, monos de plástico, ilustraciones y otras curiosidades a disposición del cliente.

“A mí siempre me gustó todo de la lucha siempre. Desde que estaba soltera, cuando yo trabajaba en Monterrey en un taller de costura, llegaba del trabajo y mi mamá ya me tenía la ropa preparada para irme a la arena junto a una amiga porque mi mamá era muy celosa”, relató. “El carro nos cobraba cinco pesos para dejarme en la Coliseo”.

Cada registro del luchador sugiere una recompensa. La mayoría siempre vuelve. La firma y visita del Perro Aguayo es su mayor galardón, pues el “Can de Nochistlán” celebró su despedida de Saltillo en la gira del retiro. Ángel Azteca padre celebró aquí su cumpleaños. Octagón fue el más gritón de todos, pues en las madrugadas le pedía quedarse tras sus presentaciones en Torreón o Monterrey. La rúbrica del Hijo del Santo es otro registro muy valorado.

“Cuando Heavey Metal andaba con la caravana se metía a servir la comida porque le gustaba ayudar aunque ya era luchador”,  añadió entre los recuerdos de Pirata Morgan, Negro Navarro, Aluche y otros.
Si busca hacer hambre, el cliente puede demorarse varios minutos en probar bocado al indagar sobre los luchadores, a través de cientos de gráficas tomadas por un estilista a quien rentaba parte de su cocina. El aficionado podría pasar una eternidad relacionando fechas, parentescos y dobles o hasta triples identidades.

“Cuando andan por acá de gira, aquí siempre están. Y si vienen en la madrugada, llegan con el camión lleno hasta con sus periodistas”, señaló doña Juanita.

Mientras ella se acostaba en una alfombra dentro del cuarto del Niño Dios, reservado para él en un altar o nacimiento que podría competir con cualquiera hecho en Navidad, dejaba dormir a los luchadores en otras habitaciones como la suya y la de su hija.

¿Cuál era el motivo de tanta confianza? “Me gustaba que vinieran, convivieran y mis hijos los conocieran, que supieran quiénes eran no sólo por mí. Las fotos son todas tomadas aquí”, dijo.

Perro Aguayo se despide del ring en
la Taquería "La Lucha".
Respecto a los luchadores locales, prefiere reservarse el espacio en los muros para gente de otra envergadura. “A ti te conozco, aquí te veo”, comentó cuando ellos le pidieron el mismo trato y le ofrecieron sus fotos a cambio. Obviamente, los saltillenses sí pagan el servicio.

“Cuantas veces vengan aunque ya no anden luchando, los voy a recibir aquí”, advirtió a su progenie. “Aunque no les guste, hijitos, si no quieren estar aquí, pélense porque aquí es mi casa y recibo a quien quiera”, manifestó ante algún repudio.

RODEADA POR
EL PANCRACIO
Su pasión por el deporte del costalazo lo heredó a sus hijos tras hacerlos convivir con los gladiadores más famosos de México, aunque ella tampoco se privó cuando joven.

“Al Santo tuve el gusto de conocerlo sin máscara y que me saludara. Ellos salían a comer en un negocio afuera de la Arena (Coliseo), era muy chiquito pero bonito. Ahí iban ellos a cenar y los seguíamos nosotros para verlos y tomarnos fotos”, afirmó.

Pequeñas cabezas enmascaradas, colocadas una sobre otra en vitrinas de plástico, adornan las ventanas; “La Jefa” también mandó enmarcar o encerrar máscaras apreciadas como la del Felino, Huracán Ramírez Jr., Ángel Azteca, Psicosis, Súper Muñeco, El Tortuguillo, entre otras.

Cuando se casó con un ferrocarrilero tuvo que mudarse a Saltillo, luego se separó por la falta de dinero y adicción de su exmarido al alcohol. “A él no le gustaba la lucha, decía que sólo lo iban a ver viejas locas. Pues yo estaré loca pero voy a verlos. ‘¿Pero qué vas a hacer?’ Pues ni modo que me los vaya a comer, no me los voy a traer”, recordó.

Sin embargo, su matrimonio se disolvió y se aventuró a poner con mucho éxito un comedor para ferrocarrileros sobre la calle Aguascalientes, en la colonia República.

NO VE LUCHA,
PERO LA PIENSA
Ahora su hijo Luis Roberto Soria ocupa su sitio para atender el restaurante, pero aún le es difícil acudir con mayor frecuencia a las arenas, pues es la etapa de disfrutar a sus hijos y nietos. Sin embargo, los bellos recuerdos siguen vigentes en la memoria.

“Me gustaba mucho cómo se madreaban. Cuando venía El Santo con la Tonina (Jackson), pues anduvieron de pareja muchos años, yo no me la perdía. Iba y estaba ahí abajo. Una vez aventaron a la Tonina, me cayó a los pies. Me pidió disculpas, pero yo le dije: Qué disculpe ni qué nada, te vuelves a caer aquí conmigo”, precisó.

“Cuando iba a las luchas era en primera fila, me costaba pero quería estar cerca de los luchadores para saludarlos”, agregó. “Me gusta ver de todo en el ring, cosas sangrientas, los vuelos. Y si se están madreando también”.

Respecto al trato de sus constantes invitados de máscara y físico imponente, doña Juanita pronto resalta sus modales. “Son muy educados y respetuosos. Según ellos me quieren mucho, yo creo que sí porque aunque no tengan que venir por acá me llegan a saludar”, dijo.

Además, ella es feliz por el relajo que se arma en su patio con los niños de la colonia cuando saben que hay luchadores en el establecimiento. “Viene mucha gente para conocerlos, vienen muchos niños, les dejo dar vueltas. Los luchadores nunca se niegan. Los paso a comer, les pongo mesas y, si hay niños que quieran autógrafos, me dicen que los pase. Apenas regreso y el comedor está lleno de huercos”, concluyó.

NUMERALIA
20 años cumplió el pasado 4 de junio la Taquería “La Lucha”, ubicada en la calle Pedro Ampudia en la colonia Guayulera.

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