octubre 02, 2012

SAETAS AMARILLAS I Y II: DEJARÁN UN VACÍO EN EL AIRE LOS 'ACRÓBATAS DEL RING'


Atletas consumados en el beisbol y la lucha libre.
Texto y fotografías: Miguel García-Cortesía

Guiados por el temple de su padre “El Toro” Castillo y otros maestros, las Saetas Amarillas I y II surcaron los cielos de la capital coahuilense en busca de mejores horizontes hasta alcanzar su mayor altura tras 25 años de trayectoria desde su debut en la Arena Obreros del Progreso.

De cuerpo espigado, con un peso en poco más de 50 kilos y baja estatura durante su juventud, eso no les impidió llegar derecho y como flechas al gusto de la afición. Nunca nadie sometió a los llamados “Acróbatas del Ring”, ni siquiera la muerte, mucho menos las lesiones.


“Nosotros nunca tuvimos miedo de lo que hacíamos. Los doctores nos decían: ‘No sean temerarios, no les vaya a pasar algo’”, recordó el mayor. Pero esa valentía atrajo muchas consecuencias para poner a prueba su fe y orgullo deportivo.

Un día un choque en moto le rompió los meniscos de la rodilla a la segunda versión de las Saetas, pero el accidente no lo detuvo. “Dos meses después me fui a luchar a Monclova. El que tenía la lesión era Carlos Ernesto, no la Saeta Amarilla. A la Saeta no le duele nada”, afirmó.

DE IDA Y VUELTA
AL MÁS ALLÁ
Pero lo más impactante que le ocurrió a la Saeta Amarilla II, sucedió cuando pudo recorrer el túnel al más allá, luego de golpearse en la nuca tras medir mal un vuelo.

“Me quedó muy marcada, yo me morí y regresé, fui hasta la luz y me volví a regresar”, confesó. “En el Salón Ferrocarrilero, me aventé un tope, mi contrincante estaba demasiado lejos.  Quise darme la vuelta y caer de espalda, con los pies y la espalda amortiguo la caída”.

“No alcancé a girar y me di en la nuca. Yo veía a mi hermano que me hablaba. Yo también le hablaba, pero él no me oía. Yo le gritaba porque me estaba yendo, me veía en un pozo”, recordó. “Él quitaba a la gente, me quitaron las zapatillas. Me sientan y empiezan a desabrochar la máscara. Has de cuenta que respiro otra vez. Seguí luchando, aunque me levantaba y me caía”.

Su hermano mayor advirtió que en esas situaciones se olvidan los papeles. “Uno no sabe si estás bien o no. Dice la gente que es show, pero a final de cuentas te desesperas. Se olvida tu papel de técnico y vuelves a ser el hermano”, dijo.

Asimismo, la sangre hierve cuando irresponsablemente no se preserva el código de ética entre compañeros luchadores.

Otra ocasión avisaron al menor de los López Villanueva que su hermano había sufrido un accidente tras realizar un mortal desde las cuerdas. “Lo cacharon, pero lo agarraron de los pies, se dobló y cayó en las gradas de Obreros. Se desmayó”, relató. “Lo primero que preguntas es: ¿Con quién entró? Quieres golpearlos, pero en realidad no fue su culpa”.

TRADICIÓN DEPORTIVA
Unidos por la sangre y la pasión al deporte, los hermanos López Villanueva renunciarán juntos y pronto al costalazo, así como empezó la dupla una tarde al acudir al gimnasio del Santo en Saltillo para comenzar su carrera en los ensogados.

De familia atlética, cada fin de semana era jugar beisbol y acudir a las funciones del pancracio donde eran programados. Su también hermano, Mr. Britanic, luchó durante media docena de años, mientras su padre lo hizo como “El Toro” Castillo.

“Mi papá nos inculcó el amor por el deporte. Él todavía es umpire, también tenemos otro hermano en el beisbol. Los hermanos de mi mamá también eran luchadores. Eran Coahuilteco, Suavecito, Alacrán Villanueva y Chamaco Villanueva”, comentaron bajo el techo de su domicilio ubicado en la colonia Morelos.
De cuerpo fibroso, los hermanos admitieron que, pese a su cultura deportiva, nunca “hicieron fierro”. “No nos gusta andar corriendo en la calle”, señalaron. “Yo con mi trabajo tengo, somos albañiles. Subo blocks, cargo cemento y traigo las carretillas”, indicó la primera Saeta.

Incansables, disfrutan del rey de los deportes y los azotones entre enmascarados. “Nosotros llegábamos en la mañana cambiando la maleta de la lucha por la del beisbol. Luego regresábamos para cambiar la maleta del beis por la de la lucha”, contó Carlos Ernesto. “Regreso y me dice mi señora: ¿Cómo andas? Si vengo es nomás para irme a la cama”.

“Hubiera querido, como tenemos el cuerpo ahorita, haberlo tenido en ese entonces. Pesábamos 54 kilos. En Monterrey y San Luis no nos querían por el cuerpo. Nos decían: ‘Se mueven mucho, pero el cuerpo no les ayuda’. Comíamos normal, pero nunca nos engordamos. Mi papá nunca quiso que hiciéramos pesas, porque después nos colgamos”, manifestó.

ALIANZA INTOCABLE
“A todos les digo que soy su primer hijo”, refirió el menor del par para enaltecer los lazos entre ambos, cuya alianza les remunera en espectáculo arriba del cuadrilátero. “Yo viví con ellos después de casado. Somos seis hermanos; pero él y yo somos los que mejor nos llevamos”.

“Aparte de que somos hermanos, siempre convivimos. Yo soy el mayor y él siempre iba conmigo”, explicó el otro.

Uno de sus secretos de oficio también fue revelado. A veces uno cumplía el trabajo por los dos en el enlonado cuando alguno de ellos estaba indispuesto para luchar por enfermedad o cansancio, pues la gente no se daba cuenta de la diferencia entre los dos luchadores.

Aunque la primer Saeta no sigue en activo desde hace 10 años, espera rendir al máximo con un entrenamiento enfocado para realizar una digna despedida a los llamados “Acróbatas del Ring”.
“Yo llegué hasta donde pude. No había más manera. Faltaba quién te apoye, algún padrino. Además, fui campeón y salí de viaje. No me faltó nada por hacer”, comentó.

“Tuvimos la oportunidad de ir a Triple A. Nos iba a llevar Chacho Herodes. Íbamos como minis, Mini Oro y Mini Plata, pero en esos días fue cuando se mató Oro y se paró todo” informaron.

Sólo el cansancio después de tantos esfuerzos hizo doblarse a las Saetas y es su motivo para colgar las botas. Pero hoy ambos quieren coronar su carrera con el reconocimiento local en una lucha de apuestas.

“Sí me ando retirando este año. Quisiera apostar la máscara, ganar o perder me daría igual”, precisó la Saeta menor. “Si ganas te vas invicto, pero por otro lado me gustaría que me saludara la gente en la calle”.

La seriedad que imponían en los enfrentamientos es reconocida. Incluso, no eran adeptos del estilo bufón de algunos estetas cuando caían en excesos o irresponsable de otros. “Un día me aventé un mortal, pero como había tenido un pique con Terremoto no entraron él y Tortuguillo, pero caí parado”, narró el Saeta II. “Se me quedan viendo los dos y mi pareja, Motocross. Lo que hago es sacar una silla abajo del ring y les di de sillazos a los tres. La gente decía: ‘Dales, Saeta, dales por pendejos’”.

Cartel de su segunda lucha.
DE BUENA PUNTERÍA
Avecindados en la Zona Centro, los jóvenes aspirantes iniciaron su camino por aire y a ras de lona como aficionados a las luchas en Arena Obreros y el Gimnasio Municipal. Cuando llegaron a la catedral de la lucha libre en Saltillo, se pusieron a las órdenes de Costeñito Moy.

“Empezábamos a las seis de la tarde y todos terminaban a las ocho. A nosotros nos dejaba (Moy) a veces a las doce de la noche. Se iba y nos dejaba encerrados para entrenar. Después regresaba tarde, pero nos pagaba el taxi”, relataron.

“Duramos un año entrenando a diario. La prueba (para obtener su licencia) la pasamos corriendo. Nosotros estábamos surgiendo bien. Luchamos dos veces aquí (en Saltillo) y para la tercera ya estábamos luchando en Monclova”, añadió. “El examen lo pasamos por los que estaban a nuestro alrededor, ellos exigieron que pasáramos la prueba”.

Durante su travesía entre los cuatro ángulos, se cuentan rivales como El Dandy, La Bestia, Rey Misterio, El Pirata Morgan, entre otras figuras nacionales. “Nosotros hemos luchado como con cuatro dinastías diferentes de los Espantos Jr., de Torreón”, dijeron.

MAESTROS DUROS,
DE VIEJA ESCUELA
Uno de sus mayores orgullos era que Remo Banda (Volador y Súper Parka) decía: “Luchen porque les quiero copiar. Muévanse, hagan mortales y todo. Yo estoy aprendiendo de ustedes”.

Sin embargo, ambos externaron su opinión respecto a la nueva generación de gladiadores que no valora su conocimiento ni su dureza al liderar en la punta los entrenamientos.

“En la lucha casi no entreno porque hay mucho chavo nuevo. Vas, tú eres la punta (quien lidera la práctica) y atrás de ti vienen hasta doce chavos. Vas maromeando, poniendo la muestra y ellos se quedan porque no saben. Me paro y les pregunto quién lucha. Todos pero no pueden hacer esto”, reveló el Saeta I, sorprendido.

“De hecho, quiero llavear, están todos y me dejan entrenando sólo, todos se bajan del ring porque uno ya acabó y otro va a un mandado”, dijo entre risas. “Yo les quiero enseñar porque yo ya me voy, ahí muere, pero quiero que ustedes sigan la misma escuela”, subrayó seriamente.

“Cuando nosotros entrenábamos, no nos permitían agarrarnos de las cuerdas ni sentarnos porque era una forma de descanso. Echabas una maroma mal y te la pedían otra vez. Dale para atrás, vuela otra vez”, explicó.

La falta de compromiso y seriedad se evidencia hasta en un movimiento como “la toreada”. “Si a mí me avientas a las cuerdas, yo corro sobre ti y tú te tienes que quitar. Yo no te voy a dar la vuelta. Si te quedas de pie, yo te llevo. La “toreada” es que se vea que te empujan”, finalizó la entrevista, preocupado por el futuro de la lucha libre en la capital coahuilense.

Cartel de su papá, El Toro Castillo.
TABLA
Nombres de batalla: Saetas Amarillas I y II.
Debut: 22 de mayo de 1988 en Arena Obreros del Progreso.
Maestros: Costeñito Moy, Rocky Macías y Negro Rivera.
Trofeos: Saeta I. Trayectoria: 15 años. Máscaras: Microbio (Chómpiras), Pandillero y Campeonato Ligero de Saltillo. Saeta II. Trayectoria: 25 años. Máscaras de Sombra Lagunera y cabellera del Pandillero.

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