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enero 10, 2009

Remembranza del 'rey sin corona'


Recuerdo que era la primera vez que llegábamos a la final de ese torneo de fút bol. El año anterior ni las esperanzas de siquiera calificar a la liguilla. Debería de haber sido un equipo de por lo menos diez jugadores, para ayudarnos con los cambios y el dinero del arbitraje; pero éramos seis, la misma media docena de cada juego para afrontar el próximo reto tras cumplirse siete días de abstinencia.Sin embargo, aun así pasamos al gran partido a través de duros encuentros, duelos de talento, garra, "tamaños" y colmillo. En el transcurso del torneo, tuvimos revanchas dulces y goleadas prodigiosas con anotaciones de factura excelente.

Legamos a "El Partido", ése por el que tanto dinero en inscripción y sobretodo en arbitrajes habíamos gastado, con la única esperanza de pisar la cancha de concreto de siempre, la de las mismas maltratadas porterías, la cuarteada y gris de todos los domingos; pero la que en cierta fecha se convertía enel terreno más espectacular e importante para pelear por un "título", un nombramiento que dotaba de cierta envergadura al portador en un momento específico, que lo distinguía entre 80 equipos en un ínfimo instante de escaso orgullo que, sin embargo, nos sabría a triunfo y derrota, que nos encumbraría hasta la cima más alta y, a la vez, nos precipitaría al abismo más hosco y profundo.

Pues, dígame alguien, ¡respóndame si lo sabe!¿Quién podría sentirse, en toda la historia de las competencias, el mejor de su liga local, de su disciplina o de su profesión, superior a cualquier contrincante, portando el trofeo de Segundo Lugar?

octubre 16, 2008

Por avorazados

Una vez hubo un robo en la Iglesia de San José, en Cuatro Ciénegas. Unas personas que no eran de por allí se atrevieron a hurtar las limosnas de aquel domingo, guardadas en la capilla del templo.

Nadie que viviera en mi pueblo trataría de cometer algo semejante. De inmediato sería ubicado con la ayuda de la gente devota y sobretodo por las habladurías, departamentos de investigación más veloces que el del ministerio público.

Mientras todos los habitantes dormían, los ladrones se brincaron la barda que rodea la iglesia y forzaron la cerradura de la capilla. Vaciaron el lugar donde estaban los billetes y monedas sin dejar rastro. Nadie se había enterado, a pesar de que las oficinas de policía se ubican en la misma cuadra. Estos sujetos hubieran perpetrado el crimen perfecto si no fuera por un detalle.

En su ronda habitual, una patrulla recorría el boulevard Presidente Carranza y detectó movimientos sospechosos justo detrás de las jardineras. La costumbre les hizo revisar, pues esos lugares los frecuentan mucho las parejas impacientes.

¡Cuál no sería su sorpresa al encontrar a una tercia de muchachos contando una buena cantidad de dinero regado sobre la banqueta! Sin pensarlo, los oficiales detuvieron a aquellos jóvenes desconocidos (casi siempre, los que van al bote son los mismos de cada fin de semana).

Los chamacos no tuvieron escapatoria porque aún cargaban el botín completo; no se habían detenido a ocultarlo y lo llevaban en las bolsas del pantalón, en sus sombreros texanos, en las camisas hechas costales y hasta en los zapatos.

El colmo más grande fue que para contar lo obtenido y repartírselo con justicia, estos incautos delincuentes se habían puesto bajo la luz de un farol en pleno despoblado.